El que dude que el fútbol es el deporte-negocio más emocionante e influyente en los últimos dos siglos en nuestro maltratado y posiblemente moribundo planeta, es muy terco o todavía cree que el COVID-19 es un invento comercial y político.
Según un tal Eduardo Galeano, en su libro El Fútbol a sol y sombra: “en su forma moderna, el fútbol proviene de un acuerdo de caballeros que doce clubes ingleses sellaron en el otoño de 1863, en una taberna en Londres”. Al momento era todo de los británicos hasta que en París, en 1904, nació la FIFA, entonces, ahí comenzó el mambo.
Por décadas, memorables episodios nos ha dado el balompié, gracias a sus protagonistas dentro y fuera de las canchas. A veces, fuera de la cancha es donde más nos entretenemos. Y también pasa que a nosotros los seres humanos nos encantan los culebrones y hasta en eso la FIFA es una adelantada del show, siempre dándonos cucharadas para saborear las guerras de poderes.
Muchos son los enfrentamientos de ideas, ¿Pelé o Maradona? ¿Real Madrid o Barcelona? ¿Boca o River? ¿Equipos chicos o equipos grandes?
Toda opinión, mientras tenga sustentabilidad es válida y cada quién tiene derecho a emitirla. ¿Dónde puede variar todo? En las formas, esas mismas en las que los impulsores de la Súper Liga de Europa creo que se equivocan.
Es cierto que las directivas de los clubes que propusieron dar el golpe de estado futbolístico tienen derecho a opinar o exigir un trato distinto hacia sus instituciones, en especial en el tema monetario (no se equivoquen por las victorias, es lo único que les importa). El gran debate es porqué desmeritar a esos equipos a veces mal llamados “chicos”, cuando son ellos los que en muchas oportunidades se apoderaron del protagonismo para ayudarlos cuando las papas estaban muy calientes.
Diría David Paul Nava, un colega muy querido por mí: “El romanticismo es lo peor que le pasa al fútbol, todo evoluciona”. Concuerdo al 100% con la evolución, porque así no los ha demostrado el deporte y en sí en misma la vida. Pero ¿por qué darles la espalda a las ideas románticas? diría Mario Benedetti: “Si el corazón deja de querer, ¿para qué sirve?».
¿Querer mejorar las ganancias económicas? Obvio, si siempre queremos más y más, sin embargo, también es válido que todos tengan las mismas oportunidades de participación, porque, les guste o no, las diferencias de ideas, rivalidades deportivas y extradeportivas, son condimentos que le dan la esencia y emoción a un deporte que cuando creemos que esta cerca de su fin, es cuando más se reinventa y nos emociona.
Freddy González Gil